Ya es hora de plantearse "dejar una huella como la de Jesucristo", os dejamos un artículo de nuestro Consiliario, Gonzalo Gonzalvo Ezquerra.
Toda persona que viene a este mundo deja su huella. Algunos, ya mayores, tenemos en nuestra mente el momento en que Neil Armstrong, astronauta norteamericano, puso su pie en la luna. Y en el polvo lunar se quedó marcada la huella de su bota.
Y dicen que se quedará ahí para siempre, porque en la luna no hay vida y no hay viento. Cuántas personas, maestros, sacerdotes, médicos, catequistas… han dejado huella por donde han pasado, y después de muchos años, todavía hay gente que los recuerda. Unas veces son sus obras, pero otras lo que se recuerda es su talante, su laboriosidad, su sonrisa.
De Jesús se dice que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hc 10,38). Este sería el mejor epitafio que las personas de bien quisiéramos tener en nuestra tumba.
Si estamos en este mundo es para dejarlo un poco mejor que lo encontramos cuando vinimos a él. Era un pensamiento de Baden-Powell que trató de inculcularlo en el movimiento que fundó, el escultismo. Puede ser un objetivo en la vida para todas las personas.
Dice un refrán africano que cuando mueren los elefantes dejan sus colmillos, el tigre su piel y el hombre su nombre.
Hacer el bien, trabajar por la justicia y por la paz que es su fruto (Is 32,17): esta es la huella que nos pide Dios que dejemos. Y más, concretamente, que vivamos las obras de misericordia que son la puesta en práctica de las bienaventuranzas: dar de comer al hambriento y de beber al sediento, acoger al forastero, visitar y cuidar a los enfermos, vestir al desnudo, visitar y redimir a los presos, acompañar en los duelos.
Y también enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las ofensas, consolar al que está triste, sufrir con paciencia las deficiencias del prójimo y rezar a Dios por todos.
Por ese camino es por el que tenemos que andar si queremos dejar una huella que se parezca a la de Jesucristo.
Una huella que se deja en las personas necesitadas y sufrientes. Que no busca ningún reconocimiento. Una huella que nace de un corazón bueno y agradecido a Dios. Y que no puede hacer otra cosa que regalar el gran amor que uno siente y ha recibido de Dios.
En el camino, que es la vida, hemos de dejar huella, lo más parecida a la huella que Dios ha dejado en este mundo y en nosotros.
¡Feliz martes!