En Cáritas tenemos la suerte de
trabajar con y para las personas. Ello nos reporta una gran satisfacción. Cada
una de estas personas con las que trabajamos nos ayuda a mejorar como profesionales
y como hermanos que somos. Gracias a todas ellas, nuestra vocación se hace realidad.
Detrás de cada persona que acompañamos hay una historia personal, muchas veces complicada,
pero siempre de incalculable de valor. Hoy os traemos el testimonio en primera
persona de una familia que camina junto a nosotros desde hace dos años.
La llegada no fue fácil, España sólo tiene centros de acogida para
refugiados en tres ciudades y en Zaragoza no existe ningún recurso
especializado ante estas situaciones por lo que nos pusimos a vivir en una casa
compartida con otros compatriotas.
Llevábamos algunos ahorros para poder pagar la habitación donde
dormíamos los seis pero llegó un momento
en que la situación era insostenible tanto para nosotros como para los que nos
habían acogido, por lo que me decidí a solicitar ayuda en Cáritas.
Nos ayudaron a conseguir una vivienda de alojamiento temporal de otra
entidad social hasta que nuestra situación administrativa fuera regular y, por
lo tanto, pudiéramos acceder a las ayudas y recursos de los servicios sociales.
Durante este tiempo el papel de Cáritas fue imprescindible para nuestra
familia. No sólo porque nos han ayudado a cubrir nuestras necesidades más
básicas (y las de nuestros hijos) sino porque nos hemos sentido apoyados,
acompañados, queridos…
Actualmente mi mujer y yo acudimos a clases de español y hemos mejorado
mucho a la hora de expresarnos. Nunca hemos querido tirar la toalla. Gracias a
Cáritas he realizado un curso de formación y participaré en un proceso dentro
del Itinerario de Inserción Laboral.
En la actualidad, gracias a todos los que han confiado en nosotros,
estamos más estables.
- Extracto del Boletín semestral nº 57 de Cáritas Diocesana de Zaragoza -