Desconcierto. Incertidumbre. Angustia. Soledad. Miedo. Vulnerabilidad. Fragilidad. Sufrimiento. Muerte. Todo esto, de golpe, ha irrumpido en nuestras vidas generando un cambio impensable tan sólo hace unos meses. El desasosiego nos atenaza, nos sacude profundamente. Hemos descubierto de pronto que la inseguridad planea por encima de nuestras cabezas como una espada de Damocles que se ha activado sin que tuviéramos ni siquiera unos avisos preventivos. Hemos tenido que parar nuestras vidas mientras la ciencia, sumida también en el desconocimiento, ha de reconocer que se ha descosido por los cuatro costados la coraza tecnológica y busca a la desesperada urgentes soluciones sin garantía de éxito por el momento.
El futuro no parece prometedor y se han activado de nuevo todas las alarmas que evidencian ya el afloramiento de la extensión de la pobreza, de las carencias de lo más elemental, de la falta de recursos en las familias, de la miseria, del desempleo.
En medio de este tsunami social, el compromiso al que reiteradamente está llamando Cáritas eleva al máximo la necesidad de su puesta en práctica. Ante la desolación, necesitamos mantener más que nunca la esperanza, necesitamos hacer sentir la presencia de una Iglesia que abra sus puertas samaritanas. Ha sido necesario clausurar las puertas materiales de nuestros templos, pero el compromiso de la caridad, siempre de la mano de la justicia, no puede cerrar nunca su actividad. Se han multiplicado los hermanos y hermanas que yacen al borde del camino. Cáritas llama a multiplicar también las manos dispuestas al consuelo, al alivio y a elevar la voz para que se activen políticas de redistribución y de solidaridad con el fin de que nadie se quede en el camino llorando su abandono y su soledad.
Al lado de esto, sin duda lo más urgente y necesario en estos momentos, Cáritas también llama a realizar una profunda reflexión que nos lleve a todos sin excepción a cambiar modos y estilos de vida. Necesitamos con urgencia nuevos horizontes. No podemos seguir construyendo un planeta basado en el acaparamiento, en la desigualdad, un planeta foco de múltiples pandemias que se suman a las del coronavirus COVID 19, las pandemias de la pobreza, de las guerras, del hambre, del cambio climático, de la desigualdad, de la globalización de la indiferencia, del maltrato a la naturaleza.
Es necesario que la humanidad reaccione y se apreste a recorrer caminos más solidarios, a replantear sistemas que pongan en el centro a las personas y no a los mercados.
Necesitamos mantener la esperanza reforzada por multitud de personas que con su trabajo ofrecen un testimonio social de primer orden posibilitando el mantenimiento de los servicios sociales básicos para la convivencia, y por miles de iniciativas desinteresadas que han puesto voluntariamente al servicio de la sociedad y especialmente de los más vulnerables su saber y su actuar.
Para transitar hacia el futuro de una normalidad que nadie se atreve a definir, necesitamos mantener la esperanza. Como creyentes hoy adquieren especial relevancia muchas de las bellísimas palabras que recorren el libro de los Salmos que subrayan la confianza en Dios y en su misericordia tales como: “Yo confío en tu misericordia, mi alma gozará con tu salvación”… “Dios es nuestro refugio y fortaleza, poderoso defensor en el peligro”.
Desde Cáritas, en comunión con toda la Iglesia y con todas las entidades y organizaciones que no escatiman esfuerzos en su labor solidaria, decimos que la fuerza del mensaje evangélico nos empuja a enamorarnos más del compromiso al que nos vemos estimulados por la referencia salvífica de Jesús de Nazaret.
Ramón Sabaté Ibarz
Voluntario de Cáritas Diocesana de Zaragoza