José Luis García Remiro, voluntario de Cáritas desde hace muchos años, nos ha enviado este texto para su publicación. Desde el blog de Cáritas queremos compartirlo con todos vosotros. Habla de un tema de gran actualidad: la crisis económica.
Cáritas vive la crisis en primera línea porque justamente se dedica a los que con mayor rigor sufren sus consecuencias. A sus centros de acogida acuden los de siempre y, en número creciente, los nuevos pobres que va dejando la crisis en desamparo. Se trata de un barómetro de gran sensibilidad porque hay situaciones que no se pueden disimular. Cáritas está desbordada por la atención de quienes acuden a ella. También crece la solidaridad de muchos que se ofrecen, personalmente o por medio de donaciones, para remediar la urgencia del momento, porque entienden que no pueden sentarse a esperar que los políticos encuentren una salida a la situación. Las necesidades del día a día no admiten espera.
Estamos ante un cambio de época. Una vez eliminado el comunismo real creíamos haber llegado al fin de la historia. El capitalismo regido exclusivamente por las leyes del mercado parecía ser el hallazgo definitivo en el ordenamiento de la sociedad. Pero es justamente este sistema lo que ahora hace crisis y se derrumba dejando ver los materiales innobles de que estaba hecho: lo económico como valor supremo, la avaricia insaciable en la búsqueda del beneficio como motor de la actividad humana, la tiranía del mercado, la exclusión y la explotación como efecto colateral no deseado pero inevitable, el consumo como único sentido de la vida.
Lo malo del capitalismo, se decía, es que no hay para todos. Demasiadas personas se quedaban sin poder participar en la tarta de la producción. El progreso capitalista se venía alimentando de la sangre de millones de víctimas que le habían sido sacrificadas. Veíamos (vemos) países de África que “pudiendo nadar en la abundancia se hundían en la miseria”.
Nos advertían que no podíamos seguir ese ritmo de desarrollo que engordaba a unos hasta la opulencia mientras empobrecía a otros hasta la miseria. Es verdad que no se puede aspirar a la decadencia, pero si conseguimos vivir mejor de lo que vivimos, se nos decía, otros vivirán peor de lo que viven, porque el planeta no da para más. El remedio era una más equitativa distribución de bienes, pero parecía imposible pedir a los que más tienen una renuncia a algo que creían haber conseguido justamente. Los opulentos reconocían tener más de lo que necesitaban para vivir pero tenían que pensar en sus hijos y en los hijos de sus hijos hasta la cuarta generación.
Se necesitaba una conmoción general del sistema y esto es justamente lo que ahora está pasando. Necesitamos un nuevo orden mundial asentado en nuevos valores. ¿Habremos aprendido que el hombre necesita pan y sentido? ¿Que el progreso y el bienestar de unos no puede conseguirse a costa de las necesidades más elementales de los demás? ¿Qué sólo podemos progresar sobre la base de la fraternidad y la igualdad de todos, sobre el respeto a la naturaleza? ¿Que los valores del espíritu (el amor, la solidaridad, la gratuidad, la compasión ... ) están por encima de lo económico? Necesitamos como el pan encontrar un sentido para nuestras vidas.
Si al fin aprendemos esto, la crisis que ahora nos sacude habrá sido una excelente aunque dolorosa medicina.