|
El equipo de Cárcel de Cáritas Zaragoza |
Un día sin reloj. ¿Es posible?
Éramos solo ocho, buen número para viajar juntos en la furgoneta de Caritas. Nuestro destino era visitar Anento, un pueblo miniatura en la lista de los pueblos más bonitos de España. Hoy regresamos al pueblo en búsqueda de silencio, sosiego, paz…
El día amaneció soleado y con una brisa que invitaba a caminar, a dejarse llevar… Hicimos un alto en el camino y decidimos subir a la ermita de Ntra. Señora del Águila. Varios habíamos estado ya allí, pero queríamos volver. Entramos y cada uno dio una mirada. Allí estaba la Virgen sobre un águila.
Buscamos una mesa y nos acomodamos para desayunar un cafecito con leche y un pequeño sándwich. Elena y Esperanza, que prepararon el día, nos dijeron con sencillez en qué consistía. ¿Para qué nos habíamos juntado?: Simplemente para disfrutar juntos, para estar y contemplar la belleza
del paisaje que nos rodeaba. Saborear lo que nuestros sentidos veían,
tocaban, descubrían...
Y en seguida emprendimos el camino a Anento, en el campo de Romanos.
Al llegar a lo que queda del castillo y torreón celtíbero pasamos por un “ritual” preparado por nuestras ingeniosas guías. Consistía en pasar por el arco del pasadizo. Simularon, con un paño de mil colores e imágenes, la puerta de entrada y nos invitaron a pasar por el arco dejando que la imaginación nos llevara a identificarnos con un personaje relacionado con aquel tiempo. Desde lo alto de una torre divisamos la inmensa roca que está como abrazando al pueblo situado en lo más hondo del espacio. Un panorama maravilloso. Nos quedamos un rato largo contemplándolo.
Y fuimos bajando hacia el pueblo. A la entrada encontramos una Iglesia de portada románica del s. XIII, resguardada por un atrio gótico.
Después caminamos a AGUALLUEVE. Qué bonita sorpresa al encontrarnos el nacimiento de unas cascadas que caían salpicando las rocas y cuya humedad ha hecho crecer juncos, helechos y florecillas silvestres. El agua que gotea permanentemente ha formado paredes de musgo y piedra y pequeñas grutas escondidas. El agua, recogida en un estanque, se ha canalizado para regar los huertos trabajados por las familias del pueblo. Qué buen rato pasamos allí mirando los alrededores.
Volvimos a la arboleda del parque, donde habíamos dejado la furgoneta y preparamos la mesa que quedaba libre para comer. Después descansamos un rato para recuperar fuerzas. Cada uno buscó su lugar y pudo escuchar el sonido de las hojas plateadas de los álamos que se movían con el frescor del viento, el canto de los pájaros y la alegría de las familias a nuestro alrededor.
Y después, la visita al pueblo. Para verlo hay que meterse por pequeñas calles y rincones. Fuimos escalando y recorriéndolo, admirando la belleza de sus estrechas calles, placitas, fuentes y casas adornadas de mil flores y pintadas de diversos colores en perfecta armonía, originalidad y belleza.
Nos cautivó Anento. Hasta vimos 2 pavos reales.
Y faltaba algo esencial: dar gracias por el día. Alrededor de otra mesa, Elena leyó la primera canción del libro de poesías, "El cielo de la rosa" de Mª Carmen Garcés, trabajadora de Caritas recientemente fallecida: “Poemas de amor que me inspira la vida y lo agradecida que estoy por toda ella, deseando que mis palabras te acompañen en este tramo del camino y te llenen, también a ti, de amor y gratitud.” Nos emocionamos.
En el interior un precioso retablo con un conjunto de pinturas, como iconos dorados sobre tabla, dedicada a san Blas, a la Virgen y a santo Tomás de Becket con numerosas escenas de la vida de Jesús. Nos llamó la atención un púlpito con decoración mudéjar. Todo explicado por la guía que encontramos allí.
Al final formamos un apretado círculo, apoyados los unos en los hombros de los que estaban a nuestro lado, mientras nos movíamos al ritmo de ”Danza contemplativa para mecerse”. Cada uno fuimos agradeciendo lo vivido. Fue quizá el momento más significativo.
Gracias por sentirnos en armonía con la naturaleza y con nuestros compañeros, por la tranquilidad en los momentos de reflexión, por el sentimiento de estar con personas queridas, por sentirnos en “compañía”. Para otros, gracias por el frescor del aire que respiramos, la serenidad del viento, la diversidad de caminos en distintas direcciones a lo largo del día; la vida en si es camino que vamos descubriendo cada día…
Y de recuerdo Esperanza nos regaló un frasquito de agua de Anento, con la fecha y el canto de Diego Torres La vida es un vals.
Con menos de cien habitantes, disfrutamos de un lugar único en su silencio, paisajes y cielo. Mereció la pena vivir “un día sin reloj”.